Aquel hombre amaba hasta tal punto la elipsis que, con
fervor encendido, decapitó la redundancia y el énfasis en sus conversaciones y
en su vida. Hay tantas palabras inútiles, tantos momentos innecesarios, tantos
pensamientos vacíos…Urge apocopar tiempos, economizar palabras, censurar
pensamientos, decía.
Fue así como prescindió del trabajo, de la televisión, de las
efemérides, de las tardes del domingo y de todo el lunes. Eliminó saludos,
eufemismos y silencios elocuentes. Redujo su pensamiento al grado cero para no
inquietar al silencio. Y concluyó como el sabio “todo lo que no es amor es
redundancia”.
Pero, entonces, descubrió
que estaba solo.
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