A Bob, el mayordomo, le cambió el carácter el día que el señor
duque mandó colgar el cuadro en la biblioteca. Palabras
intensas, escapadas sin duda de los libros, suspiros de ausencia y una atención
febril a la mujer de rojo que bailaba descalza junto a la playa. Más
de una vez le vi enjugar las lágrimas fugaces que decía brotaban de sus
ojos o espantar a las mariposas nocturnas que se posaban en su
vestido.
No me extrañé -no podía extrañarme- cuando lo vi aquella mañana incluido en el cuadro, cantándole a la pareja bailarina esa canción oscura que ninguno de nosotros podría oír.
No me extrañé -no podía extrañarme- cuando lo vi aquella mañana incluido en el cuadro, cantándole a la pareja bailarina esa canción oscura que ninguno de nosotros podría oír.
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