Este mes de diciembre asistiré a mi propia declaración de
fallecimiento. Quizás también al divorcio de mis padres y al desheredamiento de
mis hermanos. Es lo que tienen estas fechas.
Durante años diciembre ha sido para mi padre el mes de la
lotería. Ciertas lecturas y sus continuos reveses le hicieron comprender la
banalidad de entregar su destino económico al movimiento de un bombo y a los
azares de una cifra. Había vislumbrado que las apuestas capitales debían ser
serias y comprometer el fondo de nuestras vidas: vivir en la calle, alquilar
una mansión, masacrar al gato, compartir el piso con un intruso, atar o desatar
vínculos familiares…
Y en eso estamos, jugándonos a la lotería el futuro familiar.
Y hoy nuestra casa es un antro de picapleitos y en la cocina se mezclan las
demandas con el gazpacho o la mantequilla.
Después de diciembre viene enero y con él la paz, era lo que
pensaba hasta hace nada. Sólo que mi madre ha compartido menús y lágrimas con un
abogado marrullero y ahora quiere pasar con él una verdadera luna de miel en
Valparaíso.
Y esto sí que puede complicarme a mí las cosas en la cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario