Desde que entró en la eternidad, Pilatos está
perplejo. Castigado a lavarse una y otra vez las manos, lo ignora todo sobre su
condena. Desconoce quién le condenó, aunque sabe que su culpa se relaciona con
el juicio a un judío, a quien mandó crucificar. Algunos pormenores de ese
juicio se desvanecieron. Sabe que ese día vestía una toga blanca, franjeada de
violeta, sabe que llovía, sabe que dejó escapar la respuesta a una pregunta,
que nadie luego le ha podido contestar. Y eso es lo único que hoy le inquieta.
En esta
eternidad fuera del tiempo, a Pilatos le gustaría regresar a ese extraño día y
escuchar de boca del Nazareno la respuesta a la pregunta qué es la verdad.