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viernes, 29 de diciembre de 2017

La respuesta

Desde que entró en la eternidad, Pilatos está perplejo. Castigado a lavarse una y otra vez las manos, lo ignora todo sobre su condena. Desconoce quién le condenó, aunque sabe que su culpa se relaciona con el juicio a un judío, a quien mandó crucificar. Algunos pormenores de ese juicio se desvanecieron. Sabe que ese día vestía una toga blanca, franjeada de violeta, sabe que llovía, sabe que dejó escapar la respuesta a una pregunta, que nadie luego le ha podido contestar. Y eso es lo único que hoy le inquieta.
 En esta eternidad fuera del tiempo, a Pilatos le gustaría regresar a ese extraño día y escuchar de boca del Nazareno la respuesta a la pregunta qué es la verdad. 


martes, 26 de diciembre de 2017

I Like

Entre barrotes, escribe Bertrand la canción definitiva que le devolverá a la gloria. Ha buceado en el último sótano de su memoria para encontrar las imágenes de Marie, que explotarán en el papel convertidas en sonidos y palabras: su voz cálida y desgarradora, el flequillo, su ternura, el cansancio y languidez de sus brazos.

Inútil camino, los diecinueve puñetazos en el rostro de Marie, la nariz machacada, el cerebro roto entonan mejor la melodía de un rock oscuro, alimento de quienes viven de lo amargo. Bertrand Cantant asume su destino con malditismo trágico. Uno, dos, cinco, diecinueve golpes secos y fuertes en el teclado le reconcilian con su pasado y le catapultan al cielo miserable de los feminicidas. Los dos millones de “me gusta” lo demuestran.

viernes, 22 de diciembre de 2017

¿Desconocido?


Subió en la estación de los Pedroches, rodeado de la niebla mañanera y sin equipaje. No llevaba billete y se sentó a mi lado. Tenía ganas de hablar y pronto dio muestras de conocerme. Parecía saberlo todo sobre mí: mis devociones literarias, el número exacto de monedas que robé a mi madre con siete años y hasta el pelaje de mi canario. Mientras hablaba dudé de su realidad, de mis sentidos, de mi cordura y de la suya. No le afectaron mis dudas.
-¿Quieres conocer tu futuro, muchacho? - me dijo sonriente. 
-No es el futuro lo que me importa- le respondí. 
Y se quedó dormido hasta llegar a la Estación de Atocha.
Nos bajamos a la vez.
-Un regalo, jovencito. No olvides esta fecha, 22 de septiembre del 2035.

Y respiré aliviado; aún quedan casi 20 años, pensé.

martes, 19 de diciembre de 2017

La suerte

El mendigo solía dormir en un rincón velado de los jardines en compañía de cartones de vino y cigarrillos. Cuando el calor o el frío mañanero le despertaban, trajinaba por las calles removiendo contenedores. Un día no se levantó de su banco en el parque; al amanecer entre la neblina del alcohol había barruntado que debía esperar en su rincón a la suerte. En perfecta quietud e inmovilidad, mimetizado con las formas y colores del jardín, el mendigo se hizo invisible. Ahora las palomas picoteaban en su cuello y los muchachos se sentaban en su espalda. El aire desgastó sus harapos, el agua circulaba de arriba abajo por todo el cuerpo y se colaba en los boquetes de su piel. Y así fueron transcurriendo los años, hasta que el tiempo y las disposiciones de la química lo transformaron en piedra.
Y ya petrificado del todo tuvo la fortuna de ser escogido por el escultor para moldear la imagen de un hijo ilustre de la ciudad, en el centro mismo del parque.

La suerte llega a quien sabe esperar.

sábado, 16 de diciembre de 2017

El ladrón

Me robaron la voz el primer día de clase. Tardé en encontrar al ladrón aunque adivinaba que no estaría lejos. En cuanto use mi voz le cazaré- pensaba.  Pero debía ser un impostor habilidoso y conocer las variedades del fingimiento. Mi voz es tímida, quebradiza, casi inaudible; la voz de los otros, potente, atronadora.
 Yo llamaba en susurros a mi voz para que se orientara y volviera conmigo, y como un murciélago lanzaba al aire minúsculos chasquidos, con la esperanza de que el eco me la devolviera.

No sé si contarlo, quizás no me creáis, pero en la última fila se sentaba un niño solitario, retraído, casi mudo. Él era quien me había robado la voz.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Dos velas



 Al despuntar el día, aquel hombre era dado a encender una vela a Dios y otra al demonio y lo hacía por precaución y para asegurarse las voluntades de la gente.  
Enemigo de la confusión, Dios mandaba a un ángel sigiloso para que apagara las velas encendidas a su nombre, de modo que las llamas que ardían en su casa eran siempre las del diablo.  Fue así como su vivienda se convirtió en corredor de paso de las muchedumbres del infierno.
Despreocupado de estos pormenores, él se centró en ir escalando paso a paso, peldaño a peldaño, cada uno de los escalones que lo llevarían a lo más alto de la política.
Y no necesitó las dos velas, con una fue suficiente.




lunes, 11 de diciembre de 2017

Complicaciones

Este mes de diciembre asistiré a mi propia declaración de fallecimiento. Quizás también al divorcio de mis padres y al desheredamiento de mis hermanos. Es lo que tienen estas fechas.
Durante años diciembre ha sido para mi padre el mes de la lotería. Ciertas lecturas y sus continuos reveses le hicieron comprender la banalidad de entregar su destino económico al movimiento de un bombo y a los azares de una cifra. Había vislumbrado que las apuestas capitales debían ser serias y comprometer el fondo de nuestras vidas: vivir en la calle, alquilar una mansión, masacrar al gato, compartir el piso con un intruso, atar o desatar vínculos familiares…
Y en eso estamos, jugándonos a la lotería el futuro familiar. Y hoy nuestra casa es un antro de picapleitos y en la cocina se mezclan las demandas con el gazpacho o la mantequilla.
Después de diciembre viene enero y con él la paz, era lo que pensaba hasta hace nada. Sólo que mi madre ha compartido menús y lágrimas con un abogado marrullero y ahora quiere pasar con él una verdadera luna de miel en Valparaíso.

Y esto sí que puede complicarme a mí las cosas en la cocina.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Crónica circense

En el interior de la jaula la tigresa y el hombre realizan su habitual número de doma. Prohibidos los métodos intimidatorios, el éxito del adiestramiento lo decide la distancia, la posición dominante, la energía y capacidad para hechizar al otro. 
La tigresa ni respetó distancias ni alardeó de su poder, creyó haber captado su atención, confío en haberle domado.
No le fue difícil al hombre abalanzarse sobre ella. Le mordió en el cuello, le desgarró las patas delanteras, le quebró los huesos y la dejó tendida en la lona. 
Ni siquiera los vítores y aplausos del público la consolaron.


martes, 5 de diciembre de 2017

Última broma


Don Fermín el del ático era un bromista, señor comisario, siempre de pitorreo con los vecinos. Habrá leído las notitas que ponía en el ascensor, “cuadrilla de gallinas”, “te quiero ver muerta, María Fernanda”, pero yo sabía que entre nosotros había mucho feeling, ese fervor callado de los tímidos, dolidos por el aleteo de una mariposa. Patear el suelo recién fregado, regar la entrada con cáscaras de plátano, asustar a los chiquillos con un cuchillo tras de las puertas, eran sus travesuras de niño grande. He de confesarle que yo misma entraba cada mañana el ascensor, paladeando de antemano sus mensajitos. Por eso, cuando vi en el rincón del montacargas aquella sombrerera, pensé en don Fermín y sus bombines. Mentiría si le digo que me asusté al ver su cabeza dentro de la caja, con toda la lengua fuera y ese incierto gesto de burla en su boca; una gansada fúnebre, señor comisario. Me reí a carcajadas, sin dolor ni remordimiento. Era mi último homenaje al bueno de don Fermín.

Vendedor

Aquel hombre había pulsado el timbre con tal determinación que tuve que abrirle la puerta.
-Vengo, señora, a venderle mi timidez. Tengo la propiedad plena de mis titubeos y silencios, de mi vacío y desamparo. He viajado por playas de todo el mundo, tras las huellas de un pie humano sobre la arena. En París me condenaron por abrazarme a la sombra de una mujer en la vía pública; en Berna frecuenté un manicomio, por suspirar ante las metáforas especulares de unos grandes almacenes; en Granada quise fundirme con mi propia imagen en un aljibe de la Alhambra… He escaneado la puerta de su casa y sé que vive en una soledad tan perfecta como la mía.

Y fui incapaz de negarme. Le invité a entrar, se instaló en mi casa y comenzamos a compartir el silencio.

Libre

Somos una verdadera familia. Nos levantamos al unísono, vamos juntos a la ducha, desayunamos y nos ponemos al día en nuestra propia intranet.  Queremos saber el tiempo que hará en Madrid, Osaka, Shangái o cualquier otro lugar del planeta. Mi madre trabaja como colista en Osaka, un curro a tiempo parcial, bien remunerado, con la opción de volver a casa para la cena. Mi hermano Víctor, un auténtico crack, ha sido reclutado por Google para mapear en bici los lugares inaccesibles del planeta. La pequeña Carolina es testeadora de colchones de lujo en Madrid y vuelve a casa todos los días con unos terribles dolores de espalda, que le impiden descansar. Y mi padre ha conseguido un trabajo secreto como descontaminador radioactivo, que le obliga a viajar sin descanso por todo el mundo. No nos preocupa, también suele cenar en casa casi a diario.

Siempre conectados, atentos a las necesidades de los otros, nuestros corazones y nuestros cerebros se retroalimentan entre sí. Pero nada es perfecto, ahora Carolina proyecta desconectarse de todos nosotros. Mi madre piensa que debe estar enamorada, padre se teme una mutación de efectos retardados, yo me limito a recomendarle un cambio de trabajo. Y ella llora y gimotea diciendo que no quiere ser un robot. En realidad todos sabemos que nunca podrá desenchufarse. Los técnicos de Silicon Valley lo impedirían.

Unos guantes

No creí que estuviera frente a una demente. Venía sola.  De mediana edad, con ciertos detalles de elegancia en su ropa y unos guantes que armonizaban con el conjunto.
Al sentarse amagó con quitárselos, pero desistió enseguida.
-¿Cree usted, doctor, que somos dueños de nuestras decisiones?- me espetó.
La invité con la mirada a que ampliara la información.
-Hace un momento he querido quitarme estos guantes sin conseguirlo. Por ellos estoy en su consulta.
-¿Le ocurre lo mismo con otras prendas, con algún objeto…?
-Sólo con estos guantes. Hoy son de hilo flexible, otros días parecen de lana o encaje. Siempre se adhieren a las manos o presionan mis dedos como garfios. Cuando intento deshacerme de ellos, una palabra inoportuna, una visita inesperada, un frío glaciar me lo impide. Necesito ayuda, doctor.
La vi tan angustiada que le cogí las manos y tiré suavemente de cada uno de los guantes. Cedieron sin ofrecer resistencia. Aliviada, la mujer se retiró a los lavabos.
Cogí los guantes con curiosidad médica. ¿De algodón, hilo o rayón? No soy experto en texturas. Es verdad que parecían flexibles. Por alguna razón que desconozco enfundé mis manos.
-Querido colega, ahora soy yo quien necesita ayuda, no puedo quitarme estos malditos guantes. ¿Crees que somos dueños de nuestras decisiones?


Caprichos alimentarios

Desde pequeña he padecido intolerancia a determinados alimentos; las pruebas médicas detectaron la mayoría. Costó trabajo, sin embargo, av...