No creí que estuviera
frente a una demente. Venía sola. De mediana
edad, con ciertos detalles de elegancia en su ropa y unos guantes que
armonizaban con el conjunto.
Al sentarse amagó con
quitárselos, pero desistió enseguida.
-¿Cree usted, doctor,
que somos dueños de nuestras decisiones?- me espetó.
La invité con la mirada
a que ampliara la información.
-Hace un momento he
querido quitarme estos guantes sin conseguirlo. Por ellos estoy en su consulta.
-¿Le ocurre lo mismo con
otras prendas, con algún objeto…?
-Sólo con estos guantes.
Hoy son de hilo flexible, otros días parecen de lana o encaje. Siempre se
adhieren a las manos o presionan mis dedos como garfios. Cuando intento
deshacerme de ellos, una palabra inoportuna, una visita inesperada, un frío
glaciar me lo impide. Necesito ayuda, doctor.
La vi tan angustiada que
le cogí las manos y tiré suavemente de cada uno de los guantes. Cedieron sin
ofrecer resistencia. Aliviada, la mujer se retiró a los lavabos.
Cogí los guantes con
curiosidad médica. ¿De algodón, hilo o rayón? No soy experto en texturas. Es
verdad que parecían flexibles. Por alguna razón que desconozco enfundé mis
manos.
-Querido colega, ahora
soy yo quien necesita ayuda, no puedo quitarme estos malditos guantes. ¿Crees
que somos dueños de nuestras decisiones?
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