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martes, 30 de enero de 2018

La cocina de la "ñ"



¡Cómo han cambiado los gustos en la mesa! Aquellos viejos bodegones carnívoros de pichones, ánades, cabritos y lechones nos hacen sonreír y no despiertan nuestros sofisticados apetitos. Hoy no es posible concebir un almuerzo o una cena exquisita que no incluya algún guiso de “eñes”.
Asadas, cocidas, horneadas, a la brasa, solas o acompañadas, la “ñ” nos transporta a los sabores primitivos de la infancia.  Todavía no sabíamos hablar, pero ya degustábamos los aromas culinarios de la “a”, de la “e”, de la “i”, de la “o” y de la “u”.  
 Es verdad que las primeras sopas de letras no incluían las “eñes”, alimento que requiere un aprendizaje, un tempo lento, que nada tiene que ver con la nutrición, sino con el sabor- sabor de la infancia.
Como el buen vino, la “ñ” hay que verla, olerla y degustarla. Nuestras “eñes” entran por los ojos por su atrevimiento y singularidad, llaman al olfato con suavidad fingida y cuando aterrizan en la boca ya no es posible olvidarlas. Sus cualidades gustativas explotan en la parte posterior de la lengua; imposible desconocer entonces el amargo sabor de la “ñ”, áspero a veces, pero lleno de verdad y fuerza como las postrimerías. Los paladares poco avezados pueden frenar el amargor de la “ñ”, combinándolo con otros alimentos también amargos, como el brócoli, las acelgas o el chocolate. Que no nos asuste la acritud de la “ñ”, coño, dejémonos de ñoñeces y probemos los guisos con “ñ”, vale la pena el esfuerzo.

Y hay que trascender fronteras. ¿Para cuándo la comercialización internacional de la cocina de la “ñ”, tan nuestra como el jamón ibérico, la tortilla de patatas o la paella?

jueves, 25 de enero de 2018

La cocina de la "o"

Como cualquier alimento la “o” admite formas distintas de cocinado.
Yo soy muy dada en cocina a ablandar, desgrasar y reducir los alimentos. Es comprensible por tanto que adore la cocina de la “o”. A la “o” no hay que cortarla ni pelarla o trocearla, pero sí es necesario ablandarla. Quien no haya degustado nunca un potaje de “o”, aderezado con “consonantes líquidas”, que suavicen ligeramente su dureza, debe probarlo ya.

Reconozco que la “o” es de digestión pesada, pero siempre podemos echar mano del desgrasado. Deja que la “o” se enfríe, que repose, que se confíe y entonces, ¡zas!, la grasa saldrá a la superficie y podrás retirarla con una “j”.

He de decir finalmente que la “o” admite la exquisitez culinaria. Trabada con la “u” produce postres tan exquisitos como el barquillo líquido u oblea de “o”.


sábado, 20 de enero de 2018

De aliños lingüísticos

He comido un “sin embargo” con sabor a “y”, y no me ha sabido mal. No quiero exagerar, yo soy más dada a los “pero” porque los acepta mejor el paladar a cualquier hora del día.  A nadie le disgusta un “pero”. Todos esperamos que, detrás del “pero”, llegue un plato sabroso o picante. Lo que te comes antes del “pero” es el entremés, un suave entrante para dar paso al plato principal.
Sin embargo, nunca creí que el “y” por sí sólo tuviera un buen sabor. Lo he comido siempre en mezclas y adiciones que ocultan su gusto propio. Me sorprendí favorablemente al degustar el “y”, cocinado con el “sin embargo”. Y me dije que, en la cocina como en la gramática, todas las combinaciones son posibles.

He decidido anotar en mi agenda culinaria un nuevo capítulo, “De aliños lingüísticos”.

sábado, 13 de enero de 2018

Elipsis


Aquel hombre amaba hasta tal punto la elipsis que, con fervor encendido, decapitó la redundancia y el énfasis en sus conversaciones y en su vida. Hay tantas palabras inútiles, tantos momentos innecesarios, tantos pensamientos vacíos…Urge apocopar tiempos, economizar palabras, censurar pensamientos, decía.
Fue así como prescindió del trabajo, de la televisión, de las efemérides, de las tardes del domingo y de todo el lunes. Eliminó saludos, eufemismos y silencios elocuentes. Redujo su pensamiento al grado cero para no inquietar al silencio. Y concluyó como el sabio “todo lo que no es amor es redundancia”.

 Pero, entonces, descubrió que estaba solo.

miércoles, 10 de enero de 2018

Amor de madre

Vuelve a pedirme que le empuje. Callado, en el quicio de la puerta, con la mirada fija en un punto imaginario equidistante de ambos, sé a lo que viene. Como un animal extraviado busca el calor de mi pecho. Yo no le acuno, ni le consuelo, a veces ni siquiera le hablo. Tan solo le devuelvo con firmeza la mirada, apenas unos minutos.

 Al salir a la calle él ha recuperado toda su fuerza, el entusiasmo que le permitirá apretar el gatillo, manipular los explosivos, accionar la bomba, ser una día más el fiero combatiente que su madre le enseñó.

lunes, 8 de enero de 2018

Dentro del pozo

Aquel pozo atraía a los suicidas, hombres y mujeres habían probado sus aguas.  Pero no todos realizaban el viaje definitivo, pues por azares o torpezas algunos regresaban a la superficie.
Los curiosos solían preguntarles:
-¿Qué viste en el pozo?
-Vi cómo mi hija pelaba una manzana.
-Vi cómo la yedra devoraba mi huerto
-Vi las plumas empapadas de un gorrión queriendo levantar el vuelo.
-Vi cómo una nube detenía su paso junto a mi ventana…
-Todo lo que vi lo había mirado sin verlo miles de veces.
-Y ¿qué echaste de menos dentro?
Aquí todos coincidían:

-Algo  de compañía.

domingo, 7 de enero de 2018

Oídos sordos

La primera vez que decidió taponarse los oídos fue en clase de filosofía. Era insufrible escuchar cómo la monjita destrozaba a David Hume, ese inglés gordiflón que “negaba la existencia del mundo, mientras se atiborraba de pescado con patatas”.
Lo hizo con disimulo, apretando el conducto auditivo con los dedos, mientras fingía una extrema concentración. Y allí supo que esa decisión traería cola en su vida. Nada como taponarse los oídos cuando el mundo y ella no coincidían. Y por la alcantarilla de su oído se fue la historia entera de la filosofía, las observaciones impertinentes, las arcadas de su madre, el llanto del nieto del vecino, todos los berridos, ronquidos y bramidos de su padre.
Y esa experiencia de vaciado interior le agradó tanto, que acabó cerrando a cal y canto sus oídos, no sólo a las estridencias del entorno, sino incluso a sus eufonías. No necesitaba taponar el conducto auditivo, bastaba con alcanzar cierto ensimismamiento para que se apagaran todos los sonidos del mundo, el crepitar de la leña en el fuego, la lluvia cayendo sobre el tejado, las olas rompientes sobre la arena.
 Y todo fue bien hasta que comenzó la pesadilla acústica: insistentes llamadas, tonos, notificaciones, alarmas, el baile de sonidos de su smartphone. El mundo entero estaba callado, pero era imposible silenciar a su móvil. Con rabia decidida destrozó sin piedad el teléfono arrojando los restos a la basura, pero el móvil seguía sonando. Sonaba insistentemente, día y noche el teléfono lanzaba al aire sus aullidos. ¿Al aire? No puede emitir señales al aire un emisor inexistente.

Soy un ciborg, pensó, y este pensamiento le tranquilizó.

martes, 2 de enero de 2018

La mujer del cuadro

A Bob, el mayordomo, le cambió el carácter el día que el señor duque mandó colgar el cuadro en la biblioteca.   Palabras intensas, escapadas sin duda de los libros, suspiros de ausencia y una atención febril a la mujer de rojo que bailaba descalza junto a la playa.  Más de una vez le vi enjugar las lágrimas fugaces que decía brotaban de sus ojos o espantar a las mariposas nocturnas que se posaban en su vestido.   
No me extrañé -no podía extrañarme- cuando lo vi aquella mañana incluido en el cuadro, cantándole a la pareja bailarina esa canción oscura que ninguno de nosotros podría oír.


Caprichos alimentarios

Desde pequeña he padecido intolerancia a determinados alimentos; las pruebas médicas detectaron la mayoría. Costó trabajo, sin embargo, av...