Al
despuntar el día, aquel hombre era dado a encender una vela a Dios y otra al
demonio y lo hacía por precaución y para asegurarse las voluntades de la
gente.
Enemigo
de la confusión, Dios mandaba a un ángel sigiloso para que apagara las
velas encendidas a su nombre, de modo que las llamas que ardían en su casa
eran siempre las del diablo. Fue así como su vivienda se convirtió en corredor
de paso de las muchedumbres del infierno.
Despreocupado
de estos pormenores, él se centró en ir escalando paso a paso, peldaño a
peldaño, cada uno de los escalones que lo llevarían a lo más alto de la
política.
Y
no necesitó las dos velas, con una fue suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario