Me robaron
la voz el primer día de clase. Tardé en encontrar al ladrón aunque adivinaba
que no estaría lejos. En cuanto use mi voz le cazaré- pensaba. Pero debía ser un impostor habilidoso y
conocer las variedades del fingimiento. Mi voz es tímida, quebradiza, casi
inaudible; la voz de los otros, potente, atronadora.
Yo llamaba en susurros a mi voz para que se
orientara y volviera conmigo, y como un murciélago lanzaba al aire minúsculos
chasquidos, con la esperanza de que el eco me la devolviera.
No sé si
contarlo, quizás no me creáis, pero en la última fila se sentaba un niño
solitario, retraído, casi mudo. Él era quien me había robado la voz.
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