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martes, 19 de diciembre de 2017

La suerte

El mendigo solía dormir en un rincón velado de los jardines en compañía de cartones de vino y cigarrillos. Cuando el calor o el frío mañanero le despertaban, trajinaba por las calles removiendo contenedores. Un día no se levantó de su banco en el parque; al amanecer entre la neblina del alcohol había barruntado que debía esperar en su rincón a la suerte. En perfecta quietud e inmovilidad, mimetizado con las formas y colores del jardín, el mendigo se hizo invisible. Ahora las palomas picoteaban en su cuello y los muchachos se sentaban en su espalda. El aire desgastó sus harapos, el agua circulaba de arriba abajo por todo el cuerpo y se colaba en los boquetes de su piel. Y así fueron transcurriendo los años, hasta que el tiempo y las disposiciones de la química lo transformaron en piedra.
Y ya petrificado del todo tuvo la fortuna de ser escogido por el escultor para moldear la imagen de un hijo ilustre de la ciudad, en el centro mismo del parque.

La suerte llega a quien sabe esperar.

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