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martes, 5 de diciembre de 2017

Libre

Somos una verdadera familia. Nos levantamos al unísono, vamos juntos a la ducha, desayunamos y nos ponemos al día en nuestra propia intranet.  Queremos saber el tiempo que hará en Madrid, Osaka, Shangái o cualquier otro lugar del planeta. Mi madre trabaja como colista en Osaka, un curro a tiempo parcial, bien remunerado, con la opción de volver a casa para la cena. Mi hermano Víctor, un auténtico crack, ha sido reclutado por Google para mapear en bici los lugares inaccesibles del planeta. La pequeña Carolina es testeadora de colchones de lujo en Madrid y vuelve a casa todos los días con unos terribles dolores de espalda, que le impiden descansar. Y mi padre ha conseguido un trabajo secreto como descontaminador radioactivo, que le obliga a viajar sin descanso por todo el mundo. No nos preocupa, también suele cenar en casa casi a diario.

Siempre conectados, atentos a las necesidades de los otros, nuestros corazones y nuestros cerebros se retroalimentan entre sí. Pero nada es perfecto, ahora Carolina proyecta desconectarse de todos nosotros. Mi madre piensa que debe estar enamorada, padre se teme una mutación de efectos retardados, yo me limito a recomendarle un cambio de trabajo. Y ella llora y gimotea diciendo que no quiere ser un robot. En realidad todos sabemos que nunca podrá desenchufarse. Los técnicos de Silicon Valley lo impedirían.

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