Aquel hombre había pulsado el timbre con tal determinación
que tuve que abrirle la puerta.
-Vengo, señora, a venderle mi timidez. Tengo la propiedad
plena de mis titubeos y silencios, de mi vacío y desamparo. He viajado por
playas de todo el mundo, tras las huellas de un pie humano sobre la arena. En
París me condenaron por abrazarme a la sombra de una mujer en la vía pública;
en Berna frecuenté un manicomio, por suspirar ante las metáforas especulares de
unos grandes almacenes; en Granada quise fundirme con mi propia imagen en un
aljibe de la Alhambra… He escaneado la puerta de su casa y sé que vive en una
soledad tan perfecta como la mía.
Y fui incapaz de negarme. Le invité a entrar, se instaló en
mi casa y comenzamos a compartir el silencio.
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