Don Fermín el del ático era un bromista, señor comisario,
siempre de pitorreo con los vecinos. Habrá leído las notitas que ponía en el
ascensor, “cuadrilla de gallinas”, “te quiero ver muerta, María Fernanda”, pero
yo sabía que entre nosotros había mucho feeling, ese fervor callado de los
tímidos, dolidos por el aleteo de una mariposa. Patear el suelo recién fregado,
regar la entrada con cáscaras de plátano, asustar a los chiquillos con un
cuchillo tras de las puertas, eran sus travesuras de niño grande. He de
confesarle que yo misma entraba cada mañana el ascensor, paladeando de antemano
sus mensajitos. Por eso, cuando vi en el rincón del montacargas aquella
sombrerera, pensé en don Fermín y sus bombines. Mentiría si le digo que me
asusté al ver su cabeza dentro de la caja, con toda la lengua fuera y ese
incierto gesto de burla en su boca; una gansada fúnebre, señor comisario. Me
reí a carcajadas, sin dolor ni remordimiento. Era mi último homenaje al bueno
de don Fermín.
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martes, 5 de diciembre de 2017
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