En
el interior de la jaula la tigresa y el hombre realizan su habitual número de
doma. Prohibidos los métodos intimidatorios, el éxito del adiestramiento lo decide
la distancia, la posición dominante, la energía y capacidad para hechizar al
otro.
La
tigresa ni respetó distancias ni alardeó de su poder, creyó haber captado su
atención, confío en haberle domado.
No
le fue difícil al hombre abalanzarse sobre ella. Le mordió en el cuello, le
desgarró las patas delanteras, le quebró los huesos y la dejó tendida en la
lona.
Ni
siquiera los vítores y aplausos del público la consolaron.
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